De hecho, casi ni se me ocurren series de televisión buenas de la década pasada, claro que un motivo razonable es que no tenía más de diez años. Futurama, Friends y, cómo no -joder-, Los Simpson; que no sean de humor, la única que me viene a la cabeza es Expediente X (de la que, por cierto, no he visto un solo capítulo). Eso sí: yo no habría sido yo sin los Simpson. No hay tema de conversación más universal que Springfield, aunque todos nos sepamos de memoria todos los gags de las temporadas intermedias y, de todos los tíos de mi edad que conozco, hay uno solo al que no le gusten. Claro que es como muy imbécil pero sin el como.
Pobre Tenacitas. Ojalá estuvieras aquí para comerte.
En cambio, y aunque sigo tragándome los Simpson como en mis años mozos y he descubierto el nivelazo de Friends hace como un año (y ya me la sé de memoria, me temo), en los últimos años han aparecido muchísimas series que me encantan. Los Soprano (es del 99, pero no hay unas siete temporadas), única serie, creo, que refleja la vida del hampa, y con tetas y todo; House, de la que ya hablé un poco ayer y, como dije, tiene el mejor personaje de la televisión, además de tratar mejor que otras series de médicos los casos, aunque de un modo demasiado esquemático; la superfriki Perdidos, que aunque va perdiendo temporada tras temporada sigue siendo una estupenda serie de misterio, con unos personajes muy profundos y trabajados; Prison Break, que siempre consigue mantener la tensión en el espectador, importa poco que sea creíble o no; la menos conocida Nip/Tuck, serie sobre cirujanos plásticos muy crítica con la sociedad, como a mí me gusta; la reciente Héroes, sensacional homenaje al cómic de superhéroes tradicional; la miniserie Hermanos de Sangre, sobre soldados de la IIª, imprescindible para todo aquel que guste del género bélico en el cine; o la injusta e indignantemente cancelada Firefly, una serie sobre contrabandistas espaciales del futuro, que se concluyó con la aceptable película Serenity.
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