11/6/07

Oda al verano

Por fin ("¡Por fin!", incluso), es verano. Se acabó el instituto. Se acabó el levantarse a las siete y cuarto, los gritos, las explicaciones interminables, el impedimento de hablar cuando se te ocurre algo gracioso y/o interesante, los trabajos, los exámenes (yo precisamente no me puedo quejar mucho de esto, la verdad), las profesoras con bolas blancas de moco en los agujeros de la nariz, el sol en la cara si llegas tarde a un aula sin persianas y te toca sentarte al lado de la ventana, el peso de la mochila, el vaciar la carpeta -que parece que un duende te la llene a traición mientras duermes-, el problema de los retorcijones inoportunos, los olores corporales de preadolescentes que se creen que no huelen, los veinte minutos de bajada y los otros veinte de subida, las prohibiciones de emepetreses, las clases de gimnasia mientras chispea o el sol pega sin piedad, el curioso alumno pervertido al que has rechazado sistemáticamente películas porno y que ahora te considera gay, las huchas de pavas feas y no rara vez peludas, las pizarras pintadas por mozas similares con expresiones en inglés rancio. Llega el tiempo libre, el andar en topless por el piso, el dormir diez horas diarias, la playa, el hincharse a ver series y películas, el salir sólo cuando apetece y, por lo general, con quien te apetece, el acabar de una puta vez la novela y, en definitiva, el tocarse los huevos a dos manos. Cuando me dé cuenta, el otoño, vil traidor, se habrá comido al bendito verano, y tendremos que esperar a que la primavera lo vomite. Una vez más.

Un seis y un cuatro, la cara de tu retrato.